Más allá de la falta de agua en nuestras ciudades y municipios, algo que es natural desde hace muchísimos años, sí sorprende el extendido fenómeno de la fuerte sequía que nos viene azotando, situación que de acuerdo con los expertos tiende a empeorarse. Ya se reportan la muerte de miles de cabezas de ganado, aves de corral, afectaciones en cultivos y la nula captación de agua desde las fuentes hídricas para el abastecimiento de las plantas de acueducto.
Cada vez se va volviendo más tarde entender que la extensa sequía que hoy azota al país es mucho más que un asunto de verano. Es la defensa de la naturaleza frente a la acción depredadora del hombre de todos los recursos naturales.
¿Qué sería del Cesar sin un manejo respetuoso y responsable de los ecosistemas que dan vida a las fuentes que sustentan sus acueductos?
Un escenario preocupante es el que lanzó el Comité de Riesgos sugiriendo la declaratoria de calamidad pública por desabastecimiento; alerta roja para la mayoría de los municipios del departamento y poner en contexto la emergencia que se está viviendo.
Y desde luego que el drama crece por la incapacidad del Estado de detener la degradación ambiental, el calentamiento global, con su secuela de veranos e inviernos cada vez más costosos por sus daños y número de afectados; la acción masiva de grupos armados mafiosos que envenenan aguas y colonizan tierras para coca y minería ilegal; indisciplina ciudadana, potrerización, extensión de la frontera agrícola, densificación urbana, entre otros muchos karmas.
El agua es de todos, es motor de desarrollo, fuente esencial de vida, clave en la salud de los ecosistemas terrestres, su flora y su fauna. Su calidad, conservación y riqueza dependen de la forma como cada uno de los ciudadanos, comunidades y empresas se relacionen con ella.
Degradarla la convierte en fuente de enfermedades, motor incontrolable de desgracias y afectación de la calidad de vida de la población.
La comunidad científica nacional e internacional clasifica a Colombia como un territorio de humedales, lugar privilegiado para la vida saludable, tesoro ambiental y de la biodiversidad planetaria, con más de 50.000 especies clasificadas.
A través del Ministerio del Medio Ambiente, cada cuatro años el país realiza el Estudio Nacional del Agua (ENA), que da cuenta, de manera rigurosa, del estado de este patrimonio maravilloso. El ENA evalúa cómo se distribuye el líquido en cada una de las regiones, cuál es su calidad, dónde y en qué medida se manifiestan presiones por su uso, contaminación e intervención sobre los ecosistemas, degradación de los suelos y otros cientos de items, todos orientados a su protección y enriquecimiento.
Sin embargo, resulta absurdo que contrario a estos objetivos de conservación tome más fuerza el caudal de su destrucción.
Las alertas del último ENA (2018) son preocupantes. Advierte que 24 de los 32 departamentos del país tienen algún grado de desabastecimiento de agua, es decir, el 75 por ciento del territorio”. Este problema se concentra en siete regiones, las cuales albergan 11.400.000 personas.
La dura experiencia que hoy se enfrenta por el agotamiento, baja calidad y destrucción de las fuentes de agua debe traducirse en una enorme oportunidad, que nos haga realmente conscientes frente al recurso y emprender las obras que garanticen su sostenibilidad y la disminución de riesgos de desastres.
Hoy estamos hablando de sequías, mañana, de no enderezarse el rumbo, se abrirá el capítulo de las avalanchas, arrasamientos y víctimas humanas y materiales.