Alejo Durán, una leyenda rural con cantos de faena y un ‘pedazo de acordeón’
Llegar al municipio de El Paso en el centro de Cesar, es encontrar una leyenda andante que corre con aires vallenatos y repite el nombre de Alejo Durán en cada calle y esquina. Desde la plaza principal, la escuela de música con sede en la Casa de la Cultura, y el sector donde se encuentra situada la que fue su casa.
La historia del primer rey del Festival de la Leyenda Vallenata va más allá de las tonadas de acordeón que conquistaron corazones y escribieron la gloria del vallenato en estas tierras.
Contar la obra de Gilberto Alejandro Durán es remontarse a un Caribe rural, exactamente a la Hacienda Santa Bárbara de las Cabezas, el primer hato ganadero que tuvo Latinoamérica. Alejo se desempeñaba allí como coqui, el encargado de repartir la comida a los trabajadores, junto a su madre, que era la cocinera.
“El ganado es sensible al canto, así se comenzó con los cantos de vaquería y con la posteridad se llega a los cantos de tambora y luego pasa al acordeón europeo, y se desarrolla toda una escuela musical”, explica Fernando Bordeth, investigador y creador de la Escuela de Música Alejo Durán en el municipio.
Con los ríos Ariguaní y Cesar como testigos, aquel joven incauto se alimenta de todas las vivencias de esos vaqueros, que después de su descanso y su faena diaria en el manejo del hato, plasmaban en su acordeón y en su parte musical todo lo que sucedía en esta región. Se trataba de unas regias contiendas musicales referentes a lo que se vivía en el día a día de trabajo.
Precedido por un gran linaje del acordeón, Alejo constituye esa última generación de grandes artistas de El Paso y comienza a plasmar en una obra el proceso musical de todos los acordeoneros del municipio. Bordeth asegura que hasta 1973, llegó a tener como a alumnos a 122 acordeoneros, una escuela empírica y desarrollada en medio de ese espacio agreste y pastoril.
“Se nutre y es alumno de grandes músicos que después le permiten llevar su obra con éxito. Incluso, la traslada a la zona de la Sabana de Córdoba y Sucre. Allá también recibe influencias musicales y aumenta su periplo por el mundo. Incrementa su capacidad de composición, interpretación, y aumenta su capacidad para la fusión”, comenta.
De esta forma, el acordeonero de El Paso termina fusionando el vallenato con los ritmos e instrumentos de esas regiones aledañas para hacer aún más grande su obra.
Su música es un abanico de historias, que recoge las costumbres, la tradición, las razas y logra plasmar una obra enorme, de impresionante calidad y validez hasta el sol de hoy. Después 28 años de su muerte, sus sonidos se mantienen, y no pierde vigencia el famoso ‘apa oa’, expresión de gozo plasmada en sus canciones.
“Su gran aporte fue su nota única, escuchar la nota de Alejo es ver como la interpretación melódica tiene un referente y la interpretación armónica tiene otro. Cómo es su nota en el bajo, que no solo es marcante, sino que es un bajo que desarrolla. Eso es lo que queremos mantener con las escuelas. Para que las generaciones conozcan dentro de unos años que en esta región hubo un músico con una gran habilidad, una gran virtud y que se mantiene en la música la esencia del real vallenato”, señala Fernando.
El acordeón dejó de ser un instrumento para transformarse en un personaje de sus letras, fue amigo y cómplice.
“En Alejo marca mucho el tema del ‘pedazo de acordeón’, es la canción donde él entrega su alma a su compañero, su guía, era el amor de su vida. “En este pedazo de acordeón donde tengo el alma mía, ahí tengo mi corazón”.
Para muchos, sus 32 teclas melódicas y sus 12 armónicas mantendrán por siempre viva la historia de la música de El Paso, como cuna del acordeón y en Alejo su máxima representación.
La sensibilidad y las letras que caminan y dejan huella hacen parte del legado de este cantautor. Para Bordeth, es un dechado de sentimientos, una muestra de amor, rebeldía, y calidad humana al mismo tiempo.
“En su obra, el tema del sentimiento y la poesía lo lleva el paso de los años, la inclemencia, el paso de los años, donde se desarrolló. Esas vivencias que llevan a que lo miraran no solo como el músico sino como ser humano: los amores, los desamores, la ausencia de su madre en las corredurías, el ausentismo de sus paisanos, todo eso lo lleva a verse no solo como la imagen firme en el manejo magistral de la interpretación del acordeón, sino el ser humano, ese ser extraordinario que era Alejo Durán”, afirma.
Desde El Paso, así se relata la travesía memorable del primer rey vallenato por este mundo, aquel que en medio de las labores del campo empezó a escribir una leyenda rural con cantos de faena y un ‘pedazo de acordeón’. (Tomado de la Radio Nacional de Colombia)