Un periodista amigo me dijo algo que no se me borra: “Nos estamos enloqueciendo. No terminamos de entender una crisis, cuando ya empieza la siguiente. No terminamos de entender una corrupción, cuando arranca otra. Entonces el país no está entendiendo nada. En cambio, nos estamos enloqueciendo”.
Y sí. No sé si el país está colapsando o si es uno el que ya no tiene sistema nervioso central para procesarlo.
No hemos terminado de entender qué pasó con el hijo del presidente, cuando ya se atraviesa otro escándalo. No alcanzamos a procesar la crisis de la salud, cuando nos cae encima un consejo de ministros transmitido en todos los canales nacionales, justo a la hora del noticiero, como si la intención fuera quebrar a los medios por agotamiento. No terminamos de entender uno, y ya estamos sumergidos en el siguiente.
No hemos terminado de entender por qué la gente no consigue sus medicamentos, cuando ya estamos viendo cómo se suspenden tratamientos en todo el país. No alcanzamos a exigir una solución, cuando aparece otra emergencia: el gas sube, las empresas recortan, la DIAN recauda menos y el desempleo sigue ahí, disfrazado de informalidad. No terminamos de comprender una crisis, cuando ya estamos atrapados en otra, y otra, y otra más. Así, sin pausa. Así, sin respuestas.
Y acá es donde entra el dilema: ¿cómo seguir siendo ciudadanos conscientes sin terminar convertidos en seres alterados, desconectados, o simplemente cínicos? Porque uno podría apagar el celular, no ver noticias, fingir demencia. Pero eso también es dejar de estar.
¿Y entonces?
Tal vez la respuesta esté en aceptar que estamos ante un terremoto emocional sostenido. Uno que no es culpa del algoritmo, ni del azar. Es un estilo de gobierno que genera ruido, desborde, caos, incertidumbre. Una estrategia comunicacional donde la saturación es parte del guion. Si todo es crisis, nada se analiza. Si todo es urgente, nada se resuelve. Y mientras tanto, las emociones de la gente se desgastan, se polarizan, se apagan.
Por eso hay que ponerle nombre a lo que sentimos: fatiga, rabia, ansiedad, desesperanza. No es debilidad. Es el síntoma de un país donde vivir informado se volvió una fuente de estrés crónico.
Así que no se trata de apagar la luz, sino de bajarle el volumen al ruido.
Poner límites: no todo hay que verlo en vivo. No todo hay que opinarlo ya. No todo lo que diga el presidente merece respuesta.
Cuidar el cuerpo: dormir, comer, salir a caminar, desconectar un rato.
Cuidar la mente: hablar con otros, escribir, ir a terapia si se puede.
Cuidar el espíritu: humor, música, silencio. Y, sobre todo, comunidad.
Estar juntos. Porque solos, es más fácil enloquecer.
Y políticamente, votar por quien entienda que la salud mental no es un tema “blando”. Porque como vamos, vamos a terminar todos locos. Y no por el pueblo. Por el guion que este gobierno escribe cada día como si fuera una telenovela sin final.
Yo voy a votar por el que entienda que una nación no solo necesita reformas. También necesita respirar.