La elección hoy del nuevo secretario general de la Organización de Estados Americanos OEA se da en un momento geopolítico continental muy desafiante. No se puede desconocer que, contrario al gobierno Biden, la nueva administración estadounidense puso entre sus prioridades recuperar su influencia en el hemisferio occidental, sobre todo con miras a frenar el avance de los intereses rusos y chinos. De hecho, hay alerta temprana entre los republicanos porque Pekín tiene calidad de “observador sin derecho a voto” en la entidad multilateral.
A mes y medio de haberse posesionado, las decisiones del gobierno Trump han impactado en el norte, centro y sur del continente: nueva política migratoria, imposición de aranceles a Canadá y México, debate respecto al manejo del Canal de Panamá, reconsideración del estatus de Cuba en materia antiterrorista, revisión de la ayuda económica norteamericana a los gobiernos del área, cruzada contra organizaciones criminales trasnacionales e incluso la orden a la multinacional petrolera Chevron para dejar de operar en Venezuela… Se trata de asuntos de alto impacto político, económico, social e institucional.
A ello debe sumarse que si bien Nicaragua se retiró de la OEA y Venezuela y Cuba tomaron distancia, son países bajo regímenes dictatoriales que es necesario condenar y contrarrestar para que no extiendan su influjo autoritario a otras naciones.
Es innegable que el principal ente continental requiere una reingeniería funcional, más allá del problema de financiación, que también es preocupante. Urge recuperar capacidad de convocatoria y de reacción rápida y efectiva ante crisis estructurales y coyunturales.
Para no pocos analistas, el principal ente multilateral del continente ha evidenciado que frente a casos como los de las dictaduras de Venezuela y Nicaragua que le “faltan dientes” y herramientas para hacer cumplir a cabalidad la Carta Democrática y el Sistema Interamericano de Derechos Humanos.
Aunque los otros bloques multinacionales que gobiernos de izquierda han querido fortalecer para competir con la OEA siguen a medio camino o ya fracasaron, esta debe afianzar su peso geopolítico como portaestandarte democrático continental.
Esto es lo verdaderamente importante y principal reto del canciller de Surinam, Albert Ramdin, único candidato al cargo, tras el retiro del aspirante paraguayo. Sin embargo, no se descarta una postulación de última hora, pues no se sabe qué postura tomará la Casa Blanca frente a este aspirante y el hecho de que lo estén apoyando muchos gobiernos de izquierda que, además, tienen una visión crítica con Washington.
Como se ve, el relevo del uruguayo Luis Almagro en la Secretaría General de la OEA tiene muchas implicaciones en momentos en que se vive una coyuntura geopolítica sin antecedentes.
No hay dudas que la elección del sucesor de Luis Almagro se vinculará a la agenda regional del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, que apuesta a reglas más estrictas para combatir al narcotráfico, el terrorismo y las violaciones a los derechos humanos cometidos por Venezuela, Nicaragua y Cuba. Sin el apoyo de la Casa Blanca, ningún candidato tiene posibilidades de alcanzar la conducción del foro regional.
El pecado del canciller de Surinam, Albert Randim, fue el haber iniciado su campaña sin el guiño de la Casa Blanca, y salió fue a buscar el respaldo de los contradictores del Despacho Oval, como el de los países de Colombia, México, Venezuela y de otros cuya distancia frente a Estados Unidos es reconocida.
Trump y su gobierno han puesto a funcionar un paquete de iniciativas para frenar la ofensiva de China en América Latina. Desde esta perspectiva, los apoyos del Caribe a la candidatura de Ramdin pueden funcionar como un obstáculo geopolítico. Ciertas islas caribeñas están asociadas a Beijing, o dependen de la ayuda energética o financiera de Venezuela.
En la agenda geopolítica de Trump, la crisis institucional en Cuba, Nicaragua y Venezuela serán prioridad. Y eso explica la designación de Marco Rubio como secretario de Estado. Pero no puede dejar riendas sueltas a un organismo como la OEA que si bien es cierto no sirve para nada, ahí está su Carta Democrática para hacer uso de ella en la medida que se quiera.
Entonces la clave en la elección en la OEA está en manos de Estados Unidos. Ramdin han sondeado a sus contactos en la Casa Blanca y no le ha ido nada bien. Sus amistades y apoyos no gustan y asociados a ello la sombre de China.
La elección entonces está de película. Hay que ver con qué genio amaneció Trump.