Diario del Cesar
Defiende la región

Almas Asesinas, libro de Abelardo De la Espriella

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Por:
ALFONSO NOGUERA AARÓN MD.

Almas Asesinas es el título del reciente libro publicado por el doctor Abelardo De la Espriella, y según le prometí, dejo aquí mis modestos comentarios.

Recibí el libro Almas Asesinas por manos de su mismo autor aquí en Santa Marta. Lo recibí con alguna prevención intelectual, quizás influido por su renombrada preferencia política, sus ácidas controversias radiales y por su epicúreo gusto estético de la Dolce Vita y glamoroso cosmopolita ciudadano del mundo, que lo ha puesto a bailar en esa delgada cuerda que cuelga entre la aprobación y el rechazo.

Por supuesto que todo eso está en la orilla opuesta de mi sencillo, estoico y criollo modus vivendi. Aprovecho esto para aclarar que ya en Colombia debemos aprender a vivir, no como gavilanes con palomas en las plazas de la vida, sino como personas civilizadas cuyo credo político no genere los desencuentros personales y grupales que han terminado en conflictos civiles innecesarios y dolorosos, afortunadamente ya superándose, pero dada la extremada complejidad social y política no está exenta aun de cruentas recidivas, debemos ser tolerantes, cautelosos y pacíficos.

De entrada, creí que el libro se encarnizaría desde el título y el prólogo contra los desquiciados e injustificables actos de terrorismo de los actores armados de Colombia, y por ahí mismo endilgarle responsabilidades políticas y penales a cuanto personaje de ellos esté inmerso en el cotarro político nacional. Y hasta le dije mientras recibía su generoso obsequio que si en la lista de psicópatas del libro estaban algunos de sus admirados políticos. Asunto que desestimó con la mejor de sus sonrisas y me aclaró que solo es un enfoque integrado sobre el hemisferio oscuro del alma humana; y claro, desde el día siguiente, cuando me dispuse a leerlo comprobé que el libro trataba del lado más tenebroso del homo sapiens, y sin introducción ni prólogos que prepararan al lector para tan suculento plato de sorpresas, intrigas, pesquisas policiacas y judiciales, sangre, dolor y muerte, el autor atrapa al lector desde sus primeros párrafos alusivos a las  tretas criminales en medio de escenarios modernos y actuales, salpicados de interesantes descripciones geográficas, puntuales citas históricas y edificantes apuntes filosóficos.

Quizás por su consagrada formación de abogado penalista, del inconformismo romántico que lo sacude y aún por su febril actividad en el mundo político nacional, descubro en Abelardo De la Espriella, unas fogosas ganas de vivir, de dirimir entre Dios y el diablo y de  decirlo y escribirlo todo, que no le basta con sus muy urticantes intervenciones políticas en el ámbito mediático nacional, sino que ha trasladado su genuino talento al exigente mundo de la literatura, donde ahora lo esperan otras clases de almas.

Si, lo esperan esos espíritus sosegados que sorben las páginas de un libro, a veces más atentos de la sintaxis, del léxico y la semántica empleada por el autor, que del contexto mismo que lo ocupa.

Soy médico de profesión y escritor por vocación, pero a guisa del consejero que se ha equivocado mucho, según alguna frase de Borges, “de tanto estar en el suelo, solo miro para el cielo”, sería deshonesto si no consignara aquí que no es lo mismo hablar que escribir. Una cosa es el lenguaje verbal catártico que nos depura a veces de tantas emociones tóxicas, que escribir serenamente todo cuanto el espíritu quiere desfogar, por placidos, triviales o incómodos que nos parezcan los temas. Para ello la puntuación es insustituible. Las comas, por ejemplo, en trechos muy cortos, para dar explicaciones de perogrullo, hacen la lectura intransitable; y sin ellas, son como un carro sin frenos que obstruyen la cabal comprensión del texto. Por ello, dicen los preceptistas de la gramática, que es recomendable el uso apropiado de los dos puntos, del punto y coma y del punto seguido, grandes instrumentos que sirven para zanjar algunos nudos sintácticos del párrafo.

No está de más aconsejar a los que tienen mucho voltaje intelectual con vocación de escritores, que es menester la disminución de los adverbios terminados en mente, el dequeísmo y el queísmo redundantes, igual que los superlativos innecesarios, los gerundios indebidos, dicciones ininteligibles, como también el uso de neologismos y giros autóctonos que restan armonía y universalidad literaria al contexto.

Pues bien, más allá de la circunstancia familiar que nos enlaza, de la ya prolongada amistad que nos reúne y a ese inevitable magnetismo que gravita sobre los polos opuestos, tuvimos una charla personal muy cordial, y luego descifré su libro con lupa, para no caer en la torpeza de creer que él autor y la obra son lo mismo, como suele ocurrir a muchos críticos del arte. Nada que ver.

Los contenidos son serenos, pausados, escritos con atinada descripción y exacta nominación de los objetos y sucesos; y lo mejor, lo percibo desmarcado de ese ritmo macondiano ya empalagoso que de modo inconsciente nos ha influido a la generación que vivimos y deleitamos la gloria literaria del gran Gabo, para lo cual prefiere ser original, preciso y elegante.

Los sucesos trágicos de distintas índoles del libro los relata desde escenarios muy diferentes, y convida al lector a vivir y transitar por las marañas y cuchitriles suburbiales de ciudades tan disímiles como Río de Janeiro, Buenos Aires, Estambul, Berlín, Madrid, Los Ángeles, Barranquilla, Nueva York, Roma y Ciudad de México, donde seguramente Abelardo, desde la plácida banca de un parque o entre la amorfa multitud de esas moles de cemento, rumió esas historias que ya traía engavetadas en los recintos porosos de su conciencia de penalista, hasta que se colaron solas por sus dedos y las escribió para deleite nuestro. Queda claro que es más libre y feliz el escritor que desde su propio estilo plasma en una página vacía lo que le de su regalada gana, y creo que Abelardo ya descubrió ese secreto, que lo que pueda hacer el dictador más sanguinario del mundo.

De modo que los capítulos de Almas Asesinas son cada uno por su lado un verdadero aporte a la literatura universal, no por las sutiles tramas y los desenlaces súbitos de las situaciones calamitosas de cada crimen, si no por el manejo fragmentado y meticuloso de cada renglón, de la delicadeza de las descripciones pintorescas y las escenas conflictivas, de la vida que cobran los personajes en sus diálogos bien guionados y por los relumbrones poéticos de los relatos. Todo ello es admirable sin peros ni emperos, y el mérito procede, quizás, de las arduas lecturas de los mejores cultores del género policiaco, como Agatha Christy, Raymond Chandler, Arthur Conan Doyle, Patricia Highsmith, o del mismísimo Edgar Alan Poe; o también por el relato corto de los cuentos de Antón Chejov o por los poseedores de la palabra exacta como Flaubert o Dickens, por ejemplo.

Lo que también subrayo es el manejo original de los sucesos problemáticos de cada capítulo, por lo cual, ante la avalancha de publicaciones que sobre el tema ya existe y del posible decadentismo del género, Abelardo apela a su formación de penalista y de inquieto redactor de oficios judiciales y encuentra la fórmula mágica para tratar con dedos de relojero estos temas tan llamativos a la curiosidad,  como por su misma naturaleza psicológica y filosófica a la intelectualidad, dada la doble condición moral del alma humana, asuntos tan tratados desde el dualismo cósmico del zoroastrismo persa y la tragedia griega de Esquilo, Sófocles y Eurípides, la patrística cristiana y la Escolástica, pasando por el racionalismo cartesiano, el empirismo inglés, el criticismo alemán y Shakespeare y Goethe, hasta el psicoanálisis froidiano y la psicología analítica y transpersonal que tanto gusta a los nuevos autores.

Es que el alma humana contiene al cielo y el infierno entre sus ignotos recintos mentales. Por debajo o por detrás del educado y noble super Yo que detiene a los impulsos primitivos e impide que salgan de sus cavernas ontofilogenéticas y nos traicionen y nos conviertan en asquerosos gusanos kafkianos y se disuelva así la sociedad humana, se encuentran esos demonios que habitan en los recintos más restringidos y oscuros de la psiquis del hombre, que luchan por liberarse por esas ventanas que a veces dejamos abiertas, y venir al mundo real para aplacar su sed de placeres bajos y abyectos, y sin frenos racionales ni escrúpulos morales nos reducen a indolentes depredadores del manso rebaño de nuestro prójimo. Y, he ahí la génesis de la psicopatía. De resto, que venga Dios y nos salve.

Finalmente, debo también aquí consignar, que entre tantas  turbulencias emocionales que agitan nuestro mundo, disparadas como tragedia colectiva por el infantilismo mediático que se lucra por la foto morbosa del dolor ajeno, estos libros como el de Abelardo nos alertan a saber que no vivimos en un paraíso celestial, sino en el dasein existencialista de Heidegger, ese “seim sum todd”, de vivir para morir que no alcanzamos a entender mientras vivimos. Asunto que Abelardo De la Espriella en su libro Almas Asesinas, apenas describe con discretas pinceladas literarias y forenses que enriquecen a los entendidos e ilustran a los lectores. Ya lo decía mi maestro de preceptiva literaria, el español don José Gómez Hermosilla: “La literatura solo sirve para deleitar y para ilustrar”; y tú, estimado Abelardo, a fe que lo has conseguido. Felicitaciones, Dios te bendiga y te proteja por siempre y adelante.